Saturday, June 19, 2010

Mundialistas

Podría pensarse que es grande un pueblo del cual han salido personajes de talla mundial como medallistas olímpicos, escultores del Vaticano, astronautas, ciudadanos galardonados con premios del renombre del Príncipe de Asturias, Alfred Nóbel o un Grammy, y una larga lista en las ciencias, el arte, la política, el deporte, los negocios o la academia, que no podríamos acabar en este relato.

También podría decirse de aquel pueblo que son bañazos, vinos, serruchapisos, envidiosos, medio tramposillos a veces (dinero, amor y política por igual), jaliscos algunas otras, y medio puñales también.

A pesar de ser así, el costarricense ha conquistado varias de las más selectas élites del planeta y obtenido muchos logros de los cuales la mayoría de países desarrollados desearían hacer alarde. Y sin embargo, somos humildes, labriegos y sencillos, orgullosísimos de ser ticos, estrictamente demócratas y predominantemente ambientalistas, a pesar del sesgo inevitable de los medios de comunicación (también Twitter y Facebook).

Como colectividad, no sabemos lo que queremos del futuro porque rara vez tenemos que pensar a largo plazo. El clima es bueno -verano tropical todo el año, con lluvia, sol o huracán- así que no hay que planificar para el largo y crudo invierno. ¡Pura vida!

La tierra es muy fértil gracias a la abundante lluvia y a la ceniza volcánica de millones de años, y la biodiversidad en flora, fauna y productos agrícolas es muy alta. Producimos un elevado porcentaje de lo que nos comemos, y lo que no consumimos localmente, lo exportamos a buen precio y excelente calidad. Somos exportadores de una inmensa variedad de productos, desde café, banano y piña de clase mundial, hasta la gran mayoría de microprocesadores para servidores de redes informáticas del mundo.

Lo que más ingresos nos genera es el turismo, que es un servicio que se puede ofrecer sin que se agote, si se desarrolla sosteniblemente.

Nuestra población es saludable y entre las más longevas del mundo incluso entre países desarrollados, pese a los raros índices de muertes en carretera y cáncer gástrico, entre los que figuramos desafortunadamente entre los más altos del orbe en medición per cápita.

Tampoco sabemos lo que queremos porque nos cuesta mucho ver los logros que hemos alcanzado como nación soberana en casi doscientos años de vida cívica. La educación es pública, gratuita, obligatoria y costeada por el Estado desde 25 años antes de la Primera Guerra Mundial. La salud es de cobertura universal, incluso para extranjeros legales e ilegales en territorio nacional, desde antes de que la China fuera comunista.

Somos socialistas desde que la cosecha de café pagaba obra pública, como escuelas y parques, contribución inicialmente voluntaria de los empresarios cafetaleros. Somos socialistas desde antes de que el ser humano se ofendiera y se matara el uno al otro por promover o evitar esa ideología que ha resultado tan exitosa en los países más desarrollados del planeta: Noruega, Suecia, Dinamarca, Finlandia, Canadá y Australia.

La buena fortuna es que estamos caminando en la dirección correcta. Lo que debemos mejorar es la velocidad del caminar y la facilidad del sistema para fomentar y seguir produciendo mundialistas de tal variedad y con tal excelencia como hasta ahora.

Para ello, no es mucho lo que habría que modificar. Lo primero es la actitud de querer poner obstáculos a otros. Burocracia y tramitología excesivas, reparación de vías públicas en horas hábiles, confuso entramado jurídico, presunción de culpabilidad en la función pública, entrabado proceso legislativo, bloqueos de calles, huelgas ilegales, tortuguismo, privilegios laborales abusivos que entorpecen la gestión de los ciudadanos, ineficientes monopolios estatales, pobrísima infraestructura vial, portuaria marítima y aeroportuaria, entre otras.

Lo segundo que debemos mejorar es la vocación de servicio para ayudarle a los que tienen talento y potencial. Facilitarles el camino -no sólo no estorbarlos, sino apoyarlos, motivarlos, destacar su liderazgo como ejemplo en nuestras comunidades- y aprender de ellos. La envidia se neutraliza con admiración. ¡Qué manera más constructiva de desarrollarnos si destacáramos el liderazgo y las virtudes del prójimo!

Lo tercero es trabajar sin cansancio en educarnos mutuamente a visualizar –esto es, a imaginar estratégicamente- escenarios futuros en los que todos podamos estar mejor. No debemos claudicar intentándolo. Hagámoslo en casa y en Facebook, desde el gobierno y en la escuela, con los amigos y sobre todo con el adversario. Sólo cuando seamos capaces de buscar de qué manera puedo ayudarle a mi oponente a salir ganancioso de su relación conmigo, estaremos edificando un mejor porvenir para todos.

Esta destreza de transformar conflictos empáticamente ya la poseemos, sobre todo quienes nunca hemos recibido, ni por asomo, formación militar. La podemos desarrollar mucho más, tanto el niño de cinco años como el graduado universitario, el maestro y el médico, el sacerdote y el ama de casa.

No querríamos decir, en el año 2050, que seguimos estando a las puertas del desarrollo. Me avergonzaría hablarle así a mis nietos. No. Las puertas del desarrollo hay que abrirlas de par en par de un empujón, no a nadadito de perro. ¡Están a nuestro alcance! Y no hay nadie, ningún país amigo o líder político que por su cuenta pueda hacerlo por nosotros.

Dependemos de nosotros mismos, como lo ha sido también en todas las eliminatorias de selecciones de fútbol mayor, menor y femenino en las que hemos sido protagonistas, desde Italia hasta México y Egipto. Nos sienta bien esto de ser mundialistas, a pesar de la ausencia en Suráfrica.