Monday, February 08, 2010

Resaca democrática

De vez en cuando, las democracias se van de fiesta. La gente se disfraza y sale a la calle a apoyar a sus favoritos y, sobre todo, a cumplir con el deber de votar. Es un deber que se ha venido convirtiendo en un privilegio, pues la mitad del planeta no tiene la posibilidad de decidir libremente quién conducirá la administración pública por el próximo período de gobierno.

En una democracia, el poder reside en el pueblo. Al votar, el pueblo delega ese poder en varios partidos políticos representados en la Asamblea, primer poder de la República, y en uno de ellos que liderará el Poder Ejecutivo para la implementación de la respectiva agenda de gobierno. Las campañas ruidosas e irrespetuosas como esta última nos impiden conocer a fondo las agendas de los diferentes partidos. La desinformación del votante debilita la democracia.

Al terminar la fiesta, es hora de volver al camino. Conforme crecemos en años y en madurez, vamos entendiendo que la indiferencia política no provoca ningún cambio constructivo, como tampoco el reclamo y la acusación a los que están en el poder o lo estuvieron ayer.

Estamos en una encrucijada nacional respecto al tema de la seguridad, pues nuestra paz se basa en ella. Para nadie es un secreto que la sociedad se ha tornado violenta, y las estadísticas criminales así lo reflejan. Se requiere de mayor eficacia creando una agenda nacional para tratar el tema, y valorar los costos de oportunidad de divagar o enfrascarnos en más rencillas bochincheras que obstruyen nuestra capacidad de actuar. Como los conejos que vieron venir los perros a lo lejos y comenzaron a discutir de si aquellos eran galgos o eran podencos. No importaba. Eran perros, y se los iban a comer.

Más que pensar en crear una nueva Constitución Política, ha llegado la hora de revisar el significado que tienen hoy para nosotros algunos de los valores supremos consagrados en la sólida y sabia Constitución actual, tales como libertad (y sus límites), igualdad (y sus obstáculos), inviolabilidad de la vida humana (sin excepciones), adecuada distribución de la riqueza (sobre todo de oportunidades), derecho a un sano medio ambiente (natural y social), educación obligatoria y gratuita, costeada –y elaborada – por el Estado, seguridad social de amplia cobertura (en cantidad y también en calidad), entre otros.

El presidente Obama dijo atinadamente en su discurso sobre el estado de la Unión el mes pasado, respecto a la Oposición, que “oponerse a todo porque se puede es quizás una buena táctica política a corto plazo, pero no es liderazgo.” Cuánto bien le haría a la democracia de nuestro país quitarle la etiqueta de “Oposición” a los partidos que no ocupan el Poder Ejecutivo, y llamarles de otra manera, como la “Facilitación” o el “Contrapeso.” Las diferentes fracciones políticas de la Asamblea se necesitan mutuamente para ser eficaces. Es como lavarse las manos juntas o por separado. Le llaman sinergia. Habría suficiente tiempo –y voluntad política de sobra – para aprobar los principales proyectos de cada fracción en cada legislatura si hubiera entendimiento de este fundamental principio de la administración. En cambio, si se trata de zancadillear al otro, se logra muy poco o nada entre todos.

La eficacia depende de todos los partidos, porque la Asamblea Legislativa es una sola y es ella, no cada fracción o bloque legislativo, la que resulta ineficaz como órgano reformador de políticas públicas. En eso nos está fallando a todos por igual, porque el país es uno solo y el subdesarrollo es del país entero, no sólo de los pobres, de los delincuentes, de los mal educados y de los corruptos.

Sería propicio también entender que nadie, por su propia cuenta, puede resolver los problemas para todos. Nos compete a todos aportar desde nuestras posiciones sociales y políticas lo que corresponda hacer. Muchos ya lo hacemos: trabajamos, estudiamos, conducimos con precaución, educamos a nuestros hijos, somos buenos vecinos, pagamos impuestos, sembramos árboles, votamos, tenemos aspiraciones y fe, ahorramos, convivimos pacíficamente.

Entonces son unos pocos –o un poco de cada uno de nosotros – lo que nos está impidiendo ser prósperos hoy, y no en el futuro utópico que prometen algunos a cambio de votos. Queremos paz hoy, empleos hoy, comida hoy, créditos para pequeña empresa hoy, justicia hoy, salud hoy, educación hoy, oportunidades hoy, riqueza hoy. Muchos queremos eso y que además alcance para todos, sin distingo de género, nacionalidad, edad, religión, ideología, sexualidad o apellido. Cumplamos el mandato constitucional.

Para que crezca la riqueza y sobre todo para que se distribuya justamente se requiere seguridad ciudadana y jurídica, un sistema de recaudación fiscal justo que impida la evasión de los que tienen más medios e incentivos para evadir, un medio ambiente exquisito y al alcance de todos. También, que el Estado sea facilitador para crear oportunidades que desarrollen, ya sea en salud, educación, adaptación social, conectividad, financiamiento, empleo, infraestructura, desintoxicación, adaptación para personas con alguna discapacidad, etc.

Pongamos manos a la obra. Demos un salto cualitativo y fuera de lo ordinario. Disputémosle a Noruega y a Australia los primeros lugares en desarrollo humano, así como le disputamos a Islandia y a Suiza los primeros lugares en desempeño ambiental. Claro que se puede.