Saturday, November 28, 2009

Medición ecológica del PIB

La medición ecológica del PIB

Antonio Burgués Terán

Álvaro Cedeño Molinari

El término chino para la palabra “crisis” es “wei ji”, que significa tanto crisis como oportunidad. Creen en el Lejano Oriente que se deben aprovechar las crisis como un cambio para mejorar lo que no andaba bien. La civilización ha llegado a un punto de inflexión no sólo en cuanto a la forma de crecimiento económico, sino al contenido cualitativo en cuanto a su efecto sobre la calidad de vida –vida en su sentido amplio- donde los índices económicos tradicionales ya no son suficientes.

El Dr. Daniel Goleman, padre intelectual del concepto de inteligencia emocional, ha publicado un libro recientemente bajo el título “Inteligencia ecológica,” puntual para los tiempos que vive el planeta en términos de crecimiento e impacto ambiental. En dicho libro, elabora en torno a un concepto que merece la pena considerar. Habla de la “transparencia radical” como un principio de información que vinculará más cercanamente a productores y consumidores, introduciendo “una apertura sobre las consecuencias de las cosas que hacemos, vendemos, compramos y desechamos, que va más allá de las zonas de confort actuales de la mayoría de negocios.” Este intercambio de información sobre el impacto ecológico de todos los actos del comercio “presentará un camino económico aún no recorrido: aplicarle al impacto ecológico de las cosas que compramos los mismos estándares de transparencia requeridos, por ejemplo, en estados financieros.” Agregaríamos, también, en sistemas de gobierno.

¿Cuáles son los incentivos para ser transparentes o para calcular e incluir el impacto ecológico de productos y servicios en la información divulgada en todo intercambio comercial? Esencialmente, tener la posibilidad de tomar decisiones más inteligentes y éticamente correctas en cuanto a la huella ecológica que cada ser humano deja, a veces de manera perdurable, en su vida cotidiana.

Una medida semejante provocaría, de inmediato, la necesidad por parte de la política económica de los países, de incluir programas ecológicos como parte del PIB, así como incorporar índices de medición del impacto ecológico o del desempeño ambiental de cada economía. Esto permitiría saber, con transparencia radical, si un país está efectivamente creciendo a 8% anual, o si, por el impacto ambiental que genera dicho crecimiento, estaría más bien decreciendo económicamente. Se hablaría entonces de recesiones ecológicas también, lo cual guardaría armonía con el medio ambiente.

Así como hay índices de calidad de vida, de felicidad, de desempeño ambiental, de calidad de la educación pública, o del nivel de seguridad ciudadana, también debe haber un índice de crecimiento sostenible que refleje, en términos del PIB, el impacto ecológico que tiene la economía sobre los recursos naturales, renovables o no.

El concepto de país desarrollado deviene en aspectos de conservación. Ya no basta medir la economía en términos de volumen monetario, sino, también, en términos de preservación de los recursos renovables como el aire, el agua potable, la tierra fértil, la cobertura boscosa, la biodiversidad, y la gestión integral de residuos, entre otras. Como ha dicho Yvon Chouinard, fundador de la marca de ropa ecológica Patagonia, “no se puede hacer negocios en un planeta muerto.” Costa Rica, por ende, es un gran ejemplo de desarrollo, pues ha logrado crecer económicamente preservando en buena medida su desempeño ambiental, aumentando su cobertura boscosa y creando conciencia, incluso a nivel de política pública, de su enorme riqueza en biodiversidad. Estos logros sólo hacen más urgente e importante enfocar esfuerzos en atender las áreas por mejorar, como la protección de mantos acuíferos, transformar la producción agrícola para que tenga un menor impacto contaminante, proteger legalmente las zonas de mar patrimonial con mayor riqueza en biodiversidad, y reeducar a la población en cuanto a la gestión integral de residuos domésticos, industriales y hospitalarios.

Este cambio en las metodologías de medición de los indicadores económicos fungiría como herramienta para la búsqueda de cooperación internacional entre países y transversal entre sectores privado, público y no gubernamental, siguiendo el principio de cooperación ganar-ganar que se ha popularizado. Aquellos proyectos que requieran más atención o que sean más susceptibles de generación de riqueza económica y ecológica serían los que recibirían prioridad en las agendas de desarrollo domésticas e internacionales del país.

Al cambiar las reglas de medición, también cambiarían las reglas de juego y habría quizás una variación entre ganadores y perdedores. Las sociedades más responsables que inviertan en su futuro ecológico, o en su crecimiento económico incorporando variables ecológicas, subirían su valor y serían más susceptibles de recibir cooperación internacional y atraer inversión extranjera directa. Es aquí precisamente adonde intersecan el Consenso de Costa Rica y la Paz con la Naturaleza, dos planteamientos que han encabezado la cruzada costarricense en este cuatrienio a cargo de la política exterior.

El primer compromiso para poder asumir su responsabilidad con el planeta por parte cualquier país ecológicamente deficitario debe ser el de asumir la responsabilidad con la calidad de vida de sus propios ciudadanos y las futuras generaciones. De otra forma, y como lo ha mencionado recientemente la revista The Economist, “…el subsidio de prácticas insostenibles es una licencia para robar de una generación a la próxima” (Tricks of the Trade, 2 de noviembre de 2009.) Esa responsabilidad debe ser traducida en índices más concretos de economía, que a su vez también permitirían generar índices particulares, sectoriales y por empresa y medir su impacto ecológico.

Varios han planteado ya este tema. Joseph Stiglitz, Premio Nóbel de Economía, acuñó el término “asimetría de la información” como la teoría de cómo la información da forma a la operación de los mercados. Sugiere que las brechas de información en el intercambio comercial resultan en una falla que atenta contra la eficiencia y la justicia de los mercados.

En este nuevo siglo la economía hay que concebirla como un todo, y al servicio de todos los seres humanos. Eso es así aún para los incrédulos sobre los efectos que la economía cortoplacista tiene sobre la ecología y la calidad de vida de todos nosotros, usuarios y actores activos y pasivos de la economía y del medio ambiente.

La virtud de esta medición a los activos nacionales en el PIB les da transparencia con esta y con futuras generaciones para crear un país más social y ecológicamente responsable y con liderazgo a nivel mundial.

La gran oportunidad que representa la crisis económica y ecológica que vive nuestra civilización demanda ideas innovadoras y virtuosas. Son quizás ideas a las que les ha llegado su tiempo. Las nuevas generaciones tienen incorporado el valor ecológico en sus expectativas, y cada vez será más relevante y significativo el derecho humano a un medio ambiente sano, según lo consagra nuestra Constitución Política en su artículo 50. Tarde o temprano esto se va a dar, gracias al sentido de conciencia y responsabilidad de las nuevas generaciones. A ellos, nuestro voto de apoyo.